Desde niño me sentí fuera de lugar en temas de relaciones. En mi adolescencia, “tener novia” me parecía un imposible porque no sabía cómo acercarme a una chica que me gustara. Tal vez por eso mi decisión de casarme a los 24 años se sintió apresurada, como una forma de salir del paso. Conocí a una chica fantástica, fuimos novios tres o cuatro años y, con esa experiencia —y solo esa— nos lanzamos al vacío a jugar a ser adultos.
Después de 18 años de altas, bajas, y muy bajas, el fracaso se asomó a la puerta. Y aunque traté (o tratamos) de resolver los temas que generaban fricción y dolor en la relación, ya era demasiado tarde. Ahí entendí algo clave: la relación era simplemente un espejo que reflejaba todo lo que yo no quería observar de mí mismo. Pero en lugar de mirarme, me dediqué a observar todo lo que mi pareja no me daba.
Como coach de relaciones, vuelvo muchas veces a esa historia personal —fallida, pero profundamente formativa— que tuvo consecuencias enormes en mi vida: un divorcio, deudas, soledad… y dos hijas maravillosas. Regreso a ella porque me permite entender desde adentro lo que siente alguien que llega buscando ayuda, pero que aún no ha visto el espejo. Su espejo.

Por lo general, mientras su “Roma” arde, esa persona quiere recuperar la relación a toda costa. Quiere demostrarle a su ex que el cambio es posible, aunque no haya evidencia de ello. Incluso cuando no hay ningún indicio de que el vínculo tenga sentido más allá de la codependencia.
Entonces, si tuviera que dar un porcentaje de éxito, diría que no más del 20% de las parejas que veo en coaching logra realmente sanar. El otro 80% se pierde en el olvido de la ruptura. ¿Entonces, para qué trabajo en esto? ¿Es bajo el porcentaje, cierto? Bueno, la respuesta es sencilla: mi enfoque no está en salvar relaciones. Está en salvar personas. Y ahí, mi porcentaje de efectividad sí es incontestable.
Porque si lo pensamos bien, una relación de pareja involucra a dos individuos que vienen de mundos distintos, con crianzas distintas y con experiencias —y traumas— que muchas veces nunca se han sanado. Y aun así, con todo ese equipaje a cuestas, las personas se lanzan al vacío con la esperanza de vivir una conexión mágica que les sacuda hasta los cimientos.
Pero una vez ahí, una vez que el lente rosa del amor se diluye, los problemas empiezan a aparecer. Las relaciones comienzan a mostrar grietas, como un edificio que enfrenta un terremoto emocional. ¿La razón? La mayoría de las relaciones está destinada a fallar desde el inicio, cuando una —o ambas personas— entra al vínculo desplegando todos sus patrones de comportamiento tóxicos no reconocidos. Y lo más doloroso es que, muchas veces, esos patrones emergen incluso dentro de la misma luna de miel emocional. Caen del árbol como fruta madura.
El resultado de actuar desde la toxicidad sin ser conscientes de ello es una destrucción silenciosa del vínculo. Una erosión lenta que, con el tiempo, se vuelve insostenible. Y es recién cuando todo está al borde del colapso que muchas personas se dan cuenta de que algo anda mal.
Desde ahí, reparar la relación se vuelve una tarea titánica. Porque lo primero que tendría que pasar es lo más difícil: que ambas personas reconozcan que sus actuaciones vienen desde el miedo. Y desde el miedo, nada florece. Si eso no se trabaja, no importa cuánto potencial haya entre ambos… tarde o temprano, el vínculo termina sucumbiendo ante el ego, la necesidad de tener razón, la frustración… y ese miedo al abandono que cada uno lleva bien guardado.
Entonces, cuando hacemos terapia de pareja y los ayudo a observar, con enfoque, cuáles son esas detonaciones que los llevan a sentir un miedo profundo —y, acto seguido, a desplegar comportamientos destructivos—, la mayoría logra identificarlos. Pero identificarlos no es lo mismo que transformarlos. Y ahí es donde aparece la frustración, la sensación de estancamiento… y más conflictos.
Con el tiempo, esa dinámica se vuelve insostenible. Y aunque muchas parejas regresan buscando más ayuda, la verdad es que pocas lo logran. ¿Por qué? Porque las parejas que verdaderamente dan el salto son aquellas donde cada uno decide trabajar en sus propios traumas, no en los de la relación. Son personas que entienden que sus miedos, sus patrones tóxicos y su participación mediocre en la relación vienen de heridas viejas, muy viejas, que no han sido vistas ni nombradas… pero que siguen doliendo.
Y ese dolor no se queda guardado. Ese dolor se filtra. Se manifiesta en tiempo real, en la dinámica de pareja, todos los días, a toda hora, en cada conversación, en cada discusión, en cada silencio incómodo.
Entonces, lo que la relación nos está dando son campos de información. Escenarios que, si los observamos con atención y los entendemos con honestidad, pueden convertirse en portales hacia una transformación profunda en nuestra forma de vincularnos. Y ahí está el verdadero secreto: o cambias… o todo se repite.
Cuando cambiamos, podemos intervenir conscientemente nuestros comportamientos, porque entendemos que el miedo no viene del otro: viene de adentro. Y al reconocerlo, podemos verlo, entenderlo, enfrentarlo… y soltarlo. Ese cambio interno transforma la manera en que atravesamos el conflicto. Nos abre a escuchar, a entender al otro sin dejar de entendernos a nosotros mismos. Nos abre a la consideración, a la compasión, a la empatía.
¿Suena simple? Puede ser. Pero no lo es. Porque si hay algo que todas las personas con trauma podemos reconocer, es que mirar hacia adentro da más miedo que seguir repitiendo el patrón. Y sin embargo, lo que tanto tememos es, en realidad, el lugar donde vive nuestra mayor sabiduría. Ahí están todas las respuestas. Flotan libremente. Y lo único que tenemos que hacer… es animarnos a tomarlas.
Por eso, cuando recibo un mensaje de WhatsApp pidiendo información sobre coaching y el objetivo es “recuperar a alguien”, siempre digo lo mismo: yo no te ayudo a recuperar a tu pareja; te ayudo a recuperarte a ti. Ese es, y siempre será, el norte.
Y cada vez que alguien que vi hace tiempo me vuelve a escribir para contarme cómo cambió su vida, cómo se reencontró consigo mismo o consigo misma, me convenzo aún más de que este es el camino correcto. Porque sanar a una persona con todo su potencial despierto es mucho más gratificante que intentar salvar relaciones que quizás no deben —o no pueden— salvarse.
Hay vínculos que no están hechos para durar. Hay personas que llegan solo a dejar una lección y luego se van. Y cuando por fin lo entiendes, cambia tu vida, cambian tus relaciones… cambia todo.
Y es que ahí está el verdadero giro: no se trata de volver con alguien. Se trata de volver a ti. A la versión tuya que se perdió intentando sostener lo insostenible. A tu centro. A tu claridad. A tu dignidad.
Porque cuando entiendes que no todas las personas llegan para quedarse, empiezas a elegir distinto. Dejas de forzar, de perseguir, de explicar lo que ya explicaste mil veces. Y te das cuenta de que algunas relaciones no se rompen para ser reparadas… se rompen para despertarte.
Ahí, justo ahí, empieza el verdadero proceso. Cuando sueltas la fantasía de recuperar lo que fue, y te entregas a construir lo que puede ser —contigo como prioridad. Ese momento en que ya no necesitas que el otro regrese para sentirte en paz, porque la paz ya volvió contigo.
Y si me preguntas, ese sí que es un reencuentro que vale la pena.
Desde la esquina del coach,
Andrés
Maravillosa reflexión Andrés, muy cierta además. Todo empieza en unos mismo.
Gracias.
Estoy atravesando el duelo amoroso y hay tanta información acerca de cómo recuperar al ex, pero este foro me ha encantado, porque no es la primera vez que pierdo a alguien y me encuentro sufriendo, pero sí la primera vez que ya no quiero más esto, es decir, quiero recuperar… pero recuperar a aquella persona que perdí en todas esas ocasiones que entregué mi poder al miedo. Hoy entre tanto, no me hallo, no me siento cómodo conmigo mismo, mucho menos ver mi propia oscuridad, pero lo que nadie abrazó y que pedía a cada pareja como validación… ahora lo estoy aprendiendo hacer.
Me gustaría tener la economía suficientemente para apuntarme a este tipo de terapia, pero alguien que es estudiante se la ve difícil. Sin embargo, espero que con este tipo de información y otras que se encuentran gratuitas, yo puedas construir lo mejor de mí validando y aceptando todo lo que soy.
Andrés esta muy linda esta iniciativa, escrita desde la vulnerabilidad de cualquier ser humano, te felicito 🙂
Hace un par de meses te encontré y me ha ayudado mucho tu contenido. Soy enamorada ansiosa persiguiendo a un evitativo.. Desde hace ya unos años repitiendo el ciclo que ya conocemos y con el final que anunciado.
Hace dos meses después de un episodio mas de sus tantos silencios pasivo agresivo por fin toma tome la decisión de dejar de perseguirlo a él y de empezar buscarme a mi.
Disfruto mucho escucharte.
Abrazos desde Colombia
Lulu
Que lindo tu comentario. La verdad es que si es bonito abrirse y hablar desde nuestra vulnerabilidad. Te felicito por tomar la decisión de priorizarte y de empezar a volver a ti…Te envío un fuerte abrazo!