Si te enseñaron en tu infancia —de forma directa o implícita— a abandonarte para obtener amor, es casi seguro que el día en que empieces a priorizarte sentirás culpa. No porque hayas hecho algo malo, sino porque por primera vez dejaste de hacerte daño a ti.
Esa culpa de la que hablo no aparece en las primeras etapas de la relación. Al principio, cuando estás vinculado desde un estilo de apego ansioso y tu pareja tiene un estilo evitativo, lo que domina es la urgencia: la urgencia de que funcione, de que no se termine, de que el otro no se aleje. Así que haces todo lo que está en tus manos para sostener el vínculo: callas lo que te molesta, cedes más de la cuenta, justificas lo que duele y muchas veces, negocias contigo mismo/a para que la otra persona no se sienta presionada. Y aunque todo eso te agota, lo haces casi de forma automática, porque es lo que aprendiste a hacer para sentirte querida o querido en tus relaciones.
En algún momento de tu historia emocional aprendiste que amar era esforzarse, que vincularse era sacrificarse, que conectar implicaba desaparecer un poco para que el otro se quedara. Ese patrón, aunque disfuncional, es familiar. Y por eso lo repites.
Pero llega un momento en que algo dentro de ti se rompe.
Tal vez después de una discusión que ya no tiene sentido., o quizás después de sentirte ignorado/a una vez más cuando pediste algo simple: afecto, claridad, compromiso. Talvez después de darte cuenta de que tu esfuerzo no está generando más cercanía, sino más distancia.
Y ahí ocurre el giro silencioso. Empiezas a elegirte. No lo haces desde el enojo, ni como castigo. Lo haces desde el cansancio. Desde la claridad. Empiezas terapia, cortas el contacto, dejas de responder con la urgencia de antes. Poco a poco empiezas a mirar tu propio dolor en lugar de enfocarte en recuperar al otro. Y aunque eso marca el inicio de tu proceso de sanación, también activa una sensación incómoda: la culpa.

La culpa de elegirte
La culpa que viene por elegirte no tiene mucha lógica. No viene de haber hecho algo mal. Viene de haber roto con la única forma de amor que conocías: aquella que implicaba renuncia. Cuando empiezas a ponerte como prioridad, a proteger tu paz, a recuperar tu energía, una parte de ti —la más antigua— se siente incómoda. Porque está habituada a sobrevivir desde la entrega total, no desde el autocuidado.
Entonces aparecen las dudas. ¿Y si estás exagerando? ¿Y si esta vez sí iba a cambiar? ¿Y si te estás rindiendo muy rápido? ¿Y si estás actuando desde el ego y no desde el corazón?
Pero esas preguntas no nacen del presente. Son ecos del pasado. Son la voz de esa versión tuya que aprendió que para ser querido había que complacer, sacrificarse, aguantar. Y cuando de pronto decides actuar diferente, esa parte de ti entra en crisis porque ya no reconoce esta nueva forma de quererte.
Cuando amar se confunde con desaparecer
Muchas personas con apego ansioso vienen de entornos donde el amor era condicional. Donde había que portarse bien, no molestar, no pedir demasiado, no hacer olas. Aprendieron a ser aceptados en la medida en que fueran cómodos para el otro. Entonces, cuando están en una relación con una pareja evitativa, ese condicionamiento se activa con fuerza.
Y lo que empieza como amor se convierte en lucha. Una lucha por ser visto/a, por ser elegido/a, por no ser abandonado/a. El problema no es solo que la otra persona no te elige. El verdadero problema es que tú dejas de elegirte a ti mismo/a. Dejas de protegerte. Dejas de escucharte. Te conviertes en alguien que se adapta constantemente con la esperanza de que eso sea suficiente.
Por eso, cuando finalmente decides hacer algo diferente, cuando decides priorizarte, el sistema colapsa. Una parte de ti lo agradece. Pero otra lo vive como traición. Y aquí viene una verdad importante: ponerte como prioridad no es traicionar a tu ex pareja. Y mucho menos es traicionar al amor: elegirte es dejar de traicionarte a ti.
Es el acto más profundo de reparación. Es el momento en que empiezas a sanar ese patrón que te decía que para ser amado/a tenías que olvidarte de ti mismo. Es comprender que el amor real no pide sacrificios extremos ni exige que te anules para mantenerlo. El amor sano no se construye sobre el abandono personal. El amor sano se construye desde la presencia mutua.
Entonces, ¡claro que vas a sentir culpa! Porque la culpa es una señal de que estás rompiendo con lo conocido. Pero no te detengas. Esa culpa no es señal de que estás haciendo algo malo. Es señal de que estás haciendo algo nuevo.
A veces, dejar ir es lo más amoroso que puedes hacer
Soltar no siempre es rendirse. A veces es dignidad. A veces es respeto propio.
Porque seguir en una dinámica donde tú das todo y el otro da lo mínimo, no es amor. Es repetición de trauma. Es la herida del pasado buscando validación en el presente. Y cuando tú decides salir de ahí, estás haciendo algo enorme. No solo por ti, sino también por el otro.
Porque permitir que alguien te siga teniendo sin dar lo que mereces no es sano ni para ti ni para la otra persona. A veces el mayor acto de amor es interrumpir un vínculo disfuncional. A veces el amor más real es el que te lleva a alejarte.
Para terminar…
Si alguna vez aprendiste que había que abandonarte para ser querido, es completamente normal que ahora, al priorizarte, sientas incomodidad o culpa.
Pero esa culpa es parte del camino. No viene a detenerte. Viene a preguntarte si vas a seguir eligiendo como antes… o si esta vez vas a elegirte a ti.
No estás traicionando a nadie. Estás volviendo a casa.
Y aunque al principio duela, con el tiempo vas a entender que ese fue el momento en que empezaste a sanar de verdad.
Porque cuando ya no necesitas que el otro regrese para estar en paz, es que la paz por fin regresó contigo, así que ojo ahí…
Tienes toda la razón.Estoy en una relación en la que a pesar de priorizarme yo,me siento muy querida y respetada por primera vez en muchísimos años.Mis anteriores relaciones siempre estaban mantenidas gracias a mis renuncias,ahora me niego y si no le gusta se acaba la relación.Me siento en paz y sin culpa por elegirme por primera vez en mi vida.Gracias Andres
Excelente! Te felicito Cristina.
Un abrazo!